Es que me agoto, me canso, me aburro
de recorrer un día a día perpetuo, cargado de las mismas caras, los mismos
horarios. No me sirven los consejos de sensatos que sólo recriminan mi
indolente manera de ser. Pero qué es ser…a qué se refiere la esencia, a que
cada uno de los cientos de millones de trillones de personas es único y
especial. No lo creo, creo que todos somos unos humanos, una especie animal
hiper racional que calcula y planifica su vida esperando ser anciano para poder
vivir en paz.
A la vez, si todos son especiales y
espectaculares, para qué estoy yo, quitándole comida y puestos en la
universidad (especialmente en la mejor), a quién se desviva por él.
Porque me cuesta ver un propósito,
me cuesta planificar y ver un buen fin. No tengo fantasías vocacionales, ni
ganas de inventarme uno, sabiendo que detrás no existe más que un vacío, que
destruye cualquier atisbo de seguridad y estabilidad, aún más, cuando estoy
convencida de que la marcha vital al fin sustituyó esa monotonía que no tiene
espacio para un discurso, sin que termine alejando a quienes necesito lo
escuchen, lo entiendan (imposible), y luego de ver en mis ojos unas lágrimas
incomprensibles, cargadas de desolación y angustia, agoten mis pensamientos con
un insustituible ABRAZO, que borre la seguidilla y el caudal de pensamientos, (pensamientos,
pensamientos), imprecisos, crecientes, abrumadores, de que agarre un cuchillo y
dibuje en mis brazos y en mis piernas, motivos para olvidarme por un rato.
Momentos después, descargada de una presión consistente y dura, podré, en
medios de sentimientos infantiles, sentirme frágil, dispuesta a dormir, a que
alguien se acerque a tocarme la cabeza y a decirme que nada grave pasará si me
mantengo en un estado de sutileza y quietud.
Esperando que me lleven de la mano
para cruzar la calle, donde no existen flujos de conciencia totalmente críticos
e infundados, sólo maripositas volando, y momentos para pasarlo bien.
Y miro afuera y veo un sol al cual
le quedan 2 horas para esconder y luego volver. Qué puedo hacer que cambie los
rumbos y las rutinas típicas de un domingo primaveral. No tengo idea; día de
incerteza y circular. A veces te amo, y otras tantas te odio, yo sé que te amo
más que nada, pero sólo, (por ahora), necesito ser tú único objeto de atención,
aunque sé que probablemente, en menos de diez minutos, mi discurso te habrá alejado.
Escribo, porque sé que contar lo que
me pasa, es sólo un llanto eterno. Un lloriqueo (para algunos), sin pies ni cabeza,
un momento de buscar la atención del mundo, aunque sea un ratito. Contar lo que
me pasa, es como abrir una llave con agua sucia. Es atreverme a contar
historias horripilantes, que espantan a quienes tienen su vida resuelta. Es ser
sincera conmigo misma, y decidirme a mostrar mi “liderazgo negativo”, aquel que
todos quieren ocultar en libros de autoayuda y frases compradas escritas en
fabulosos best seller que por un momento (corto) te quietan el alma.
Abrir mi boca, es verter en un vaso,
un líquido insípido para los que viven disfrutando, o para los que mansamente
siguen la continuidad de la vida, sin despotricar de repente al mundo, a los
desconocidos, a las imágenes publicitarias de familias rubias y felices en
verdes praderas perfectas.
Escribir ahora, es tratar, intentar
de mostrar que no existe la censura. Que hay cosas que nunca se dicen, que son
tabú. Como que la vida no tiene sentido, que la gente le inventa (no sé si los
cree en momentos desoladores y solitarios) varios, involucra divinidades, por
ejemplo.
Pareciera que este mundo está hecho
sólo para los felices, los que viven tranquilos, comiendo, durmiendo. Yo me
inquieto todo el rato, por el futuro, porque nacen mil niños en 3 segundos,
porque no sé porque tanta humanidad por todos lados. A qué vienen, qué cosas
tienen que hacer, qué otros motivos inventarán.
Me deprimo, me inquieto y digo
abiertamente, que estoy en contra de la maternidad.
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