martes, 14 de mayo de 2013

"Este viaje..."


“El alma humana tiene aún más
necesidad de lo ideal que de lo real. Existimos
por lo real, pero vivimos por lo ideal”.
Víctor Hugo

Este viaje, o tal vez, esta aventura de viajar, remonta su contenido a la apetencia deleitable de alcanzar lo desconocido que se puede encontrar en latitudes reales o imaginarias, a las que se suele recurrir, cuando la verdad se ve agotada y cansada. Podría describirse como un presente dormido, pero con el constante y perdurable sueño de conocer más allá del ahora, de experimentar lo escondido bajo formas, que inconscientemente, se quieren abrir a una interacción con uno mismo. Y que dejan en la memoria, recuerdos y nostalgia, nuevas aperturas al conocimiento y ganas de estar “allí”.

El viaje, gana la batalla de la calidad en las experiencias. Pondera su victoria, frente a una realidad y presente atareado, dona de manera práctica, la sabiduría a un nuevo mundo, sea ficticio o verdadero, sea corto o duradero…revela, desinteresadamente, un anhelo perdurable, que muchas veces, quizás la mayoría, deja en la realidad contingente del propio universo natal, un vacío, pena y una triste e indefensa aversión por el aquí y ahora.

Este éxodo voluntario, destapa incontables formas de llevarlo a cabo; puede estamparse en la literatura, con notables travesías, como también en pequeñas ausencias cotidianas, que se alejan de lo típico y normal que rodea a diario. El viaje, sin embargo, puede ser mucho más que eso, tiene la facultad absoluta de ser nuestra existencia entera, si es que hay un deseo de enfocarlo en ese aspecto.
La vida es un viaje, este viaje trae consigo una maleta vacía, pasajes sin destino, y una meta por alcanzar, con una enseñanza por descubrir.
La vida es un viaje, que se acompaña de muchos más. Quizás con la lógica de dilucidar el más complejo, el que hay que tomar para llegar a la providencia.
La vida es un aprendizaje, que utiliza el viaje, como método para adquirir los conocimientos suficientes y necesarios de un resultado fructífero y valeroso.

Sea como sea, las huidas tienen un trasfondo común, de querer alcanzar, casi, lo inalcanzable, de merodear por el misterio de la lejanía, para olvidar por un momento lo mundano del escenario tradicional en el que se actúa. Por lo tanto, hay una conciencia real, que implica la comprensión de un regreso. Que encierra un retorno inevitable, que da luz a la más vacía pena que se puede llegar a experimentar. Entonces, aflora una contradicción, puesto que tarde o temprano, estando  ya de vuelta, nace la nostalgia, nace este odio que se cree perpetuo, nace la sensación de pérdida; de querer recuperar lo que la ausencia  robó, cuando se visitaba.

La tristeza acuchilla con el vivo recuerdo, de una peripecia a otra dimensión paralela.
Jala el gatillo al presente, que quiere evadirse y devolverse al mundo nuevo descubierto.
Afila los recuerdos, para herir la memoria y la mente. Torturarla con vivencias y situaciones, que alegran de por vida la rutina.
Y eso sucede, en cualquier circunstancia del viaje. Pasa, infringiendo la cualidad y propósito de aquel.
 ¿Quién no sufre por el término de una novela que retrata una travesía contable?
¿A quién, no le duele la marcha imparable del tiempo y un ritmo de vida apresurado, luego de una estadía provechosa en lugares que marcan?
¿Hay alguno que disfrute el retorno de un paseo fascinante?

Lo que se puede llegar a sentir y experimentar, es muchas veces, impreso en el ser. Pasado y cicatrizado el dolor descrito, se vuelve a la normalidad, quedando una lección empírica, que revive cada vez que se quiere, a través de relatos y pensamientos, que avivan alegre y entusiasmadamente el contexto en el que se vive ordinariamente.

Por lo tanto, se puede hablar de un deseo del género humano, consistente en ir en busca del más allá. De no permanecer todo el tiempo, todos los períodos, toda la vida, en un mismo lugar; la existencia de una brújula que guía las ambiciones, y las encuentra fuera de lo real que se conoce como normal o modal. Todo con un fin basado en la adquisición de nuevas vivencias, cargadas de conocimiento, cultura, belleza, emocionalidad, etc.
La conquista de aquellas recompensas de viaje, puede también remontarse a un lado oscuro, que se vive en una involución del ser, en vez, de la evolución de éste. Sin embargo, en la mayoría de los casos, funciona más el desarrollo que la limitación. Es más común, encontrar aprendizajes positivos, que lecciones nocivas; y que probablemente, encuentra su fundamento en la simple razón, de que un viaje, en su albor, se plantea con un propósito digno.

El viaje, es el realizador de algunos ideales, que tiene una estructura que no excluye la congoja, pero que sin embargo, deja y regala experiencias, que probablemente, serán difíciles de olvidar, es más, tratarán de aliviar la vida, cuando las cosas no marchan bien, transformándose, en abstracciones, que regresarán a la emoción del recuerdo, como si estuviera vivo, actualizándolo, llamándolo para el auxilio.

Este viaje es crucial para la creación de una vida plena, para retener contenidos, y darse cuenta del estado de la propia verdad y realidad, con la de una latitud o dimensión, “correctamente” distinta. “Correctamente”, porque de ahí, de la perfecta e infalible diversidad, viene la distinción entre una cosa y otra, para un conocimiento y aprendizaje verdadero. Si todo fuera igual, no sería lo mismo el viaje, sería encontrarse con lo equivalente. No tendría sentido.

No hay nada más triste que la vacía pena del viajero que regresa. Aún así, no cabe duda alguna que es una de las mejores experiencias que se pueden lograr. Con lo descrito anteriormente, no hay dubitaciones en plantear que un viaje, encuentra un sentido bello y sano, que colabora con el alma humana y su infinita búsqueda de convivir con lo ideal, más que con lo real.

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