“El alma humana
tiene aún más
necesidad de lo
ideal que de lo real. Existimos
por lo real,
pero vivimos por lo ideal”.
Víctor Hugo
Este viaje, o tal vez, esta
aventura de viajar, remonta su contenido a la apetencia deleitable de alcanzar
lo desconocido que se puede encontrar en latitudes reales o imaginarias, a las
que se suele recurrir, cuando la verdad se ve agotada y cansada. Podría
describirse como un presente dormido, pero con el constante y perdurable sueño
de conocer más allá del ahora, de experimentar lo escondido bajo formas, que
inconscientemente, se quieren abrir a una interacción con uno mismo. Y que
dejan en la memoria, recuerdos y nostalgia, nuevas aperturas al conocimiento y
ganas de estar “allí”.
El viaje, gana la batalla de
la calidad en las experiencias. Pondera su victoria, frente a una realidad y
presente atareado, dona de manera práctica, la sabiduría a un nuevo mundo, sea
ficticio o verdadero, sea corto o duradero…revela, desinteresadamente, un
anhelo perdurable, que muchas veces, quizás la mayoría, deja en la realidad
contingente del propio universo natal, un vacío, pena y una triste e indefensa
aversión por el aquí y ahora.
Este éxodo voluntario, destapa
incontables formas de llevarlo a cabo; puede estamparse en la literatura, con
notables travesías, como también en pequeñas ausencias cotidianas, que se alejan
de lo típico y normal que rodea a diario. El viaje, sin embargo, puede ser
mucho más que eso, tiene la facultad absoluta de ser nuestra existencia entera,
si es que hay un deseo de enfocarlo en ese aspecto.
La vida es un viaje, este
viaje trae consigo una maleta vacía, pasajes sin destino, y una meta por
alcanzar, con una enseñanza por descubrir.
La vida es un viaje, que se
acompaña de muchos más. Quizás con la lógica de dilucidar el más complejo, el
que hay que tomar para llegar a la providencia.
La vida es un aprendizaje, que
utiliza el viaje, como método para adquirir los conocimientos suficientes y
necesarios de un resultado fructífero y valeroso.
Sea como sea, las huidas tienen un trasfondo común, de
querer alcanzar, casi, lo inalcanzable, de merodear por el misterio de la
lejanía, para olvidar por un momento lo mundano del escenario tradicional en el
que se actúa. Por lo tanto, hay una conciencia real, que implica la comprensión
de un regreso. Que encierra un retorno inevitable, que da luz a la más vacía
pena que se puede llegar a experimentar. Entonces, aflora una contradicción,
puesto que tarde o temprano, estando ya
de vuelta, nace la nostalgia, nace este odio que se cree perpetuo, nace la
sensación de pérdida; de querer recuperar lo que la ausencia robó, cuando se visitaba.
La tristeza acuchilla con el
vivo recuerdo, de una peripecia a otra dimensión paralela.
Jala el gatillo al presente,
que quiere evadirse y devolverse al mundo nuevo descubierto.
Afila los recuerdos, para
herir la memoria y la mente. Torturarla con vivencias y situaciones, que
alegran de por vida la rutina.
Y eso sucede, en cualquier
circunstancia del viaje. Pasa, infringiendo la cualidad y propósito de aquel.
¿Quién no sufre por el término de una novela
que retrata una travesía contable?
¿A quién, no le duele la
marcha imparable del tiempo y un ritmo de vida apresurado, luego de una estadía
provechosa en lugares que marcan?
¿Hay alguno que disfrute el
retorno de un paseo fascinante?
Lo que se puede llegar a
sentir y experimentar, es muchas veces, impreso en el ser. Pasado y cicatrizado
el dolor descrito, se vuelve a la normalidad, quedando una lección empírica, que
revive cada vez que se quiere, a través de relatos y pensamientos, que avivan
alegre y entusiasmadamente el contexto en el que se vive ordinariamente.
Por lo tanto, se puede hablar
de un deseo del género humano, consistente en ir en busca del más allá. De no
permanecer todo el tiempo, todos los períodos, toda la vida, en un mismo lugar;
la existencia de una brújula que guía las ambiciones, y las encuentra fuera de
lo real que se conoce como normal o modal. Todo con un fin basado en la
adquisición de nuevas vivencias, cargadas de conocimiento, cultura, belleza,
emocionalidad, etc.
La conquista de aquellas
recompensas de viaje, puede también remontarse a un lado oscuro, que se vive en
una involución del ser, en vez, de la evolución de éste. Sin embargo, en la
mayoría de los casos, funciona más el desarrollo que la limitación. Es más
común, encontrar aprendizajes positivos, que lecciones nocivas; y que
probablemente, encuentra su fundamento en la simple razón, de que un viaje, en
su albor, se plantea con un propósito digno.
El viaje, es el realizador de
algunos ideales, que tiene una estructura que no excluye la congoja, pero que
sin embargo, deja y regala experiencias, que probablemente, serán difíciles de
olvidar, es más, tratarán de aliviar la vida, cuando las cosas no marchan bien,
transformándose, en abstracciones, que regresarán a la emoción del recuerdo,
como si estuviera vivo, actualizándolo, llamándolo para el auxilio.
Este viaje es crucial para la
creación de una vida plena, para retener contenidos, y darse cuenta del estado
de la propia verdad y realidad, con la de una latitud o dimensión,
“correctamente” distinta. “Correctamente”, porque de ahí, de la perfecta e
infalible diversidad, viene la distinción entre una cosa y otra, para un
conocimiento y aprendizaje verdadero. Si todo fuera igual, no sería lo mismo el
viaje, sería encontrarse con lo equivalente. No tendría sentido.
…No hay nada más triste que la vacía pena del viajero que regresa.
Aún así, no cabe duda alguna que es una de las mejores experiencias que se
pueden lograr. Con lo descrito anteriormente, no hay dubitaciones en plantear
que un viaje, encuentra un sentido bello y sano, que colabora con el alma
humana y su infinita búsqueda de convivir con lo ideal, más que con lo real.
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