cuando nos encontramos, me dejo llevar por lo apacible de una noche dominical, guiados por el ocaso de un día agónico, esperamos que la oscuridad haga su entrada para disponernos a besarnos sin apuros y con una tranquila pasión que acompasa nuestras miradas y movimientos. La complicidad se alía a nuestras ocultas intenciones, que comienzan a florecer con premura, lentamente más presurosas y audibles. Nos adentremos en nuestro deseo, en nuestras ganas de develar lo desconocido, sin apartarnos la mirada, haciendo de la profundidad de tus ojos -que tanto quiero- un recoveco necesario para poder encallar la agitación que nos acoge con ternura y callando las ganas de envolvernos y quedarnos quietos, entrelazados. Me acomoda libremente en tu pecho, mientras sostienes mis manos entre las tuyas, te acaricio el pelo y beso tu frente, me devuelves los gestos y cierro los ojos para atesorar, con tanto cariño, aquel ratito de amor.
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