sábado, 7 de noviembre de 2015

el rechazo

el rechazo duele porque me conecta con mi origen. Porque me obliga a encerrarme en mí misma a obviar y evitar enfrentarme a mi propio dolor. Porque me aísla del resto, porque me cierra todas las potencialidades. Porque me condena al miedo de perpetuar la sensación de vacío y soledad. Porque me hace sostenerme en mis inexistentes certezas, pretendiendo que la independencia y el caminar en solitario es la condición basal de mi ser. Porque me oprime y me aterra. Porque me nubla y me hace llorar como si no hubiera nada más. Porque me embalsama y me empuja a desterrarme en la superficie de los besos y contactos tan fugaces de una noche. Porque me desintegra y me divide en muchas más. Porque me cega y me ahoga. Porque me marea y me hace olvidar quién soy. Porque me bombardea de inseguridades y nuevas interrogantes sobre mi propio (mal) actuar. Porque me anuda la garganta y me enloquece, de manera circular, con mis cuestionamientos insensibles y recurrentes. Porque me roba la esperanza, me margina y expulsa de mi propio lugar. Porque me tienta a vivir desde el sinsentido y la crítica. Porque me amarga las experiencias, me tiñe de gris y me nubla los días y las horas. Porque me insta a vivir en una cuenta regresiva. El rechazo duele, porque no me deja vestirme de fiesta en primavera.

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