ahora, aquí, se siente como una nube espesa. Incómoda y solo aferrada a mis circunstancias, no quiero compartir todo lo que pugna por salir de mi garganta, porque no sé cómo ordenarlo. Pero me cansé, me cansé de querer encontrarle sentido a todo lo que ha pasado, a todo lo que estalla, a las constantes y nuevas contingencias, a mi ser envenenado, a mi vida revuelta, a mis pulsiones incontenibles, a mis infinitas ganas de huir. A mis brazos cansados, que solo pueden abrazarse a mi pecho. A mis piernas desterradas al descanso, a mis gestos atiborrados de lugares comunes para fingir que en realidad, la superficie es tan calma. A mis sonrisas cotidianas, ya aburridas de evidenciar una alegría superflua, de risotadas flojas y chistes conocidos, los mismos temas, la misma rutina, los mismos patrones, tan pretendidos y neutros; una y otra vez. Aprender a vivir y convivir con mis formas, tan particulares y esquivas, me ha planteado la posibilidad de quedarme suspendida en mis ensoñaciones, en miradas circulares que me estabilizan, le dan solidez a mi discurso, a mis vivencias, a la energía cotidiana. Me olvidé del resto, me sumergí en mi mundo, me encerré voluntariamente en ese hogar impenetrable, perdido y lejano de todos. Me gusta que nadie pueda ni sepa encontrarme, si bien adentro soy yo, y me reconforta saber que si llego ahí me acurruco en un lugar dulce y cómodo, allá afuera, los visitantes me definen en descripciones amorfas y disimiles, incluso contradictorias, porque me cuesta y asusta decir quién soy realmente. Soy una, pero tantas a la vez, soy una densidad arrebolada. soy, a ratos, una niña asustada de ser rechazada otra vez, luego, una mujer sensata y en paz, sabia y dispuesta a disfrutar el porvenir. Entre ambos polos transito, a cuestas de leves pasos angustiosos e intentos fallidos de lograr una definición unívoca y coherente. Como sea, espero que esta necesidad y exigencia de verme y enfrentarme encauzada en una dirección, no se transforme en el núcleo de mi identidad. Esto cansa, aburre, agota, deprime y angustia. Te deja varada e indefensa ante tu propio escrutinio, el cual actúa como un tercero implacable, crítico y frío. Solo busco que mi refugio pueda ser descubierto por alguien dispuesto a sumergirse conmigo, por alguien que me quiera y atesore, por alguien, quizás tan atormentado como yo, pero a quien no le asuste vivir en la condensación irrefrenable de la impermanencia y el amor.
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