se ha vuelto la última peor adicción. Lanzarme como última vía de escape a la profundidad densa y enmarañada de mi propia existencia. La primera vez fue azaroso y extraño, luego y progresivamente, me acostumbré a encallar dentro de sus propios límites, a permanecer dócil y serena antes sus vicisitudes y tranquilizarme con su ahogo. Jugar con mi sombra y saborear sus sinsabores, me ha dejado algo impotente frente a mí misma, me enlaza a sus tenazas, me marea y me lanza de vuelta a la superficie; allí, debo empezar a reacostumbrarme a vivir con un nuevo componente, con nuevas aristas y elementos que debo integrar para convertirme, nuevamente, en otra desconocida. Jugar con mis sombras y tantas oscuridades, me desconcierta, ya no me acomoda la reconstrucción de sus orígenes; me excluye y me destierra de mi pantano, me ralentiza los pasos y me ata a volver a un centro que ya no reconozco como un desafío a develar. Me confunde las vías, me colma la paciencia, me enmudece y obliga a esconoderme del mundo hasta esperar que escampe la torrencialidad de mi invisible llanto interior.
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