tengo nostalgia de un abrazo, de esos genuinos, auténticos, llenos de entrega y cuya única ambición es acariciar el alma del otro. Esos abrazos acogedores y cálidos, desinteresados, estrechos, cargados de generosidad, rebosantes de cariño, de ternura e ingenuidad. Tengo ansias de un abrazo que pretenda jugarse en un breve lapso, la sincronía de la eternidad, un abrazo profundo, que marca, que expande con su energía en la estrechez del nicho entre dos. Quisiera ser enredada en los brazos gentiles de un alguien dispuesto a cobijarme en su pecho, que meza con suavidad la fragilidad que encarna mi creciente vulnerabilidad; no pido sustento, tampoco que se hagan cargo de mi emocionalidad a raudales, ni que ese arrullo solucione las apremiantes ganas de, a veces, huir. Solo pido que la disposición de tus (a)brazos me sumerjan en ese espacio, me detengan y amarren por un momento, y así pueda tener la certeza de que siempre habrá alguien que pueda estrecharme cuando necesito un ratito de amor.

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