por cada centímetro que el nudo tiende a ajustarse, pujo por descomprimirlo. Al hacerlo, me esfuerzo con vehemencia, con iniciativa para no permitir caer una vez más, para no dejar que la desidia y la pena vuelvan a ponderarse con la prestancia de antaño. Ahora estoy posicionada desde otro ángulo, puedo observarlo y dominar con mayor soltura los vaivenes que, hace un tiempo, creía irrefutables. El nicho que me cobija, es solo mío, el nudo que me ata también. Sé que lo creo yo, sé que temporal, sé que son la condensación de mis miedos y que tengo el poder para convertirlo en seda acompasada a mi bienestar. También puedo distinguir que en mi cabeza, en mis esquemas mentales, en mis cómodas rutinas, navegan deseos inciertos, secretos inconfesables, tormentas emocionales que, a ratos, parecen superarme y sabotear los mapas que alumbran el norte, pero no importa, porque estoy conciente de que son cuadrantes, que contienen, con la misma intensidad, las cristalizaciones de lo que ahora soy. Los reconozco como propios y los integro con templanza, no puedo pretender eliminarlos, si he llegado donde estoy, es debido a su potencia, su irrefrenable pasión y no puedo omitir la maraña que antes fui; solo habitando el caos puedo distinguir la calma paz que inunda mi corazón actualmente, aquella tranquilidad basal que siempre estuvo, pero que antes no pude ver. Si mi pecho se infla y nacen lágrimas de mis ojos, me dejo sentir, me conecto y presiento que tan solo están decantando los momentos que antes no quise apreciar, son las traiciones que cometí en contra de mí, son el arrancar de mi propia presencia, son la pena que omití y que preferí ahogar en cuerpos ajenos, son los abrazos que no pude darme, son las palabras de aliento que no pude gritarme al oído, son los cariños que no me hice, son las ganas que acosté a dormir...
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