domingo, 26 de julio de 2015

contracciones emocionales

la luna sabe seguir sus ritmos, se reconoce cíclica, no es que sea voluble ni volátil, solo sabe que debe flexibilizar y permitirse vivenciar con libertad sus ciclos. Los conoce, los devela; ya los integró y se mueve con ellos, con toda la soltura a sus anchas. A la distancia parece lejana y retraída, quizás un poco misteriosa e impredecible, pero en realidad, quienes la evalúan son observadores externos, desde la razón. Esa femeneidad incomprensible y, aparentemente, inabordable, suele ser aprehendida desde una polaridad ajena a ese velo de simpleza que subyace a la lógica. La luna, en los profundo de sus abismos, ha aprendido a convivir consigo misma, tomó la valiente decisión de sumergirse en la oscuridad de sus mares y desde allí, mirar todo lo que le rodea; la superficie se le hizo pequeña y no encontró en ella las motivaciones para llegar, alguna vez, al punto neurálgico de su esencia. No quiso conformarse con ese convivir a medias, con ese andar presuroso y desbordante de razones para sobrevivir, descubrió su propia intensidad y necesitó navegar por las rutas inconexas, opacas, a veces agrias y duras de sí misma, tuvo el coraje de observarse en total desnudez, sin autoengaños, sin autocomplacencia. 

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