martes, 24 de noviembre de 2015

encontrarte

cuando nos encontramos, me dejo llevar por lo apacible de una noche dominical, guiados por el ocaso de un día agónico, esperamos que la oscuridad haga su entrada para disponernos a besarnos sin apuros y con una tranquila pasión que acompasa nuestras miradas y movimientos. La complicidad se alía a nuestras ocultas intenciones, que comienzan a florecer con premura, lentamente más presurosas y audibles. Nos adentremos en nuestro deseo, en nuestras ganas de develar lo desconocido, sin apartarnos la mirada, haciendo de la profundidad de tus ojos -que tanto quiero- un recoveco necesario para poder encallar la agitación que nos acoge con ternura y callando las ganas de envolvernos y quedarnos quietos, entrelazados. Me acomoda libremente en tu pecho, mientras sostienes mis manos entre las tuyas, te acaricio el pelo y beso tu frente, me devuelves los gestos y cierro los ojos para atesorar, con tanto cariño, aquel ratito de amor.

martes, 17 de noviembre de 2015

vibrar con tus ojos

cuando te miro o pienso tus ojos señalándome sonrientes, me invade un vértigo irresistible que recorre cada fibra de mi cuerpo. Me apropio de la visión azulada, amplia y luminosa que emanan y expresan desde tí y siento que podría lanzarme al vacío por suplicarte que no dejes de apuntarme y taladrarme las pupilas. Cuando me acerco al destello arrollador de tu abismo, me azotas exquisitamente, me congelo en el encierro de tus contornos y quisiera que no existiera nada, nunca más; quisiera ser ese objeto de deseo y atracción que no cansa de ser (ad)mirado, que desnuda tus secretos y juguetea con tus imaginarios. Quisiera ser yo la primera en abrirte los ojos y la última en cerrártelos, quisiera que me alumbraran los pasos cotidianos, las risas nerviosas, la sencillez de una caminata callejera, la sincronía de tus zapatillas desatadas, mis ganas de sujetarte si caes y la que revolotee en tus rulos en la mañana. Tu mirada me marea, me desconecta del cemento llano de la rutina, me traslada, cariñosamente, a una latitud imaginada, fuera de los márgenes reales, fuera del mundo, fuera de todas las formas conocidas. Me suspenden en el aire, pendo de tus movimientos y dejo acariciarme por tu voluntad e intenciones. Cierro los ojos y así perpetúo tus colores, tu subjetividad y el descanso que supone despertar y encontrarme clavándome así, tan intensamente tierno y pasional, con esa calidez y templanza que abriga la mixtura de tu mirada.

martes, 10 de noviembre de 2015

jugar con la sombra

se ha vuelto la última peor adicción. Lanzarme como última vía de escape a la profundidad densa y enmarañada de mi propia existencia. La primera vez fue azaroso y extraño, luego y progresivamente, me acostumbré a encallar dentro de sus propios límites, a permanecer dócil y serena antes sus vicisitudes y tranquilizarme con su ahogo. Jugar con mi sombra y saborear sus sinsabores, me ha dejado algo impotente frente a mí misma, me enlaza a sus tenazas, me marea y me lanza de vuelta a la superficie; allí, debo empezar a reacostumbrarme a vivir con un nuevo componente, con nuevas aristas y elementos que debo integrar para convertirme, nuevamente, en otra desconocida. Jugar con mis sombras y tantas oscuridades, me desconcierta, ya no me acomoda la reconstrucción de sus orígenes; me excluye y me destierra de mi pantano, me ralentiza los pasos y me ata a volver a un centro que ya no reconozco como un desafío a develar. Me confunde las vías, me colma la paciencia, me enmudece y obliga a esconoderme del mundo hasta esperar que escampe la torrencialidad de mi invisible llanto interior.

sábado, 7 de noviembre de 2015

te quiero a tí

te quiero a tí, aunque te hagas el ingenuo y desentendido. Te quiero, sin causa alguna, solo porque dejé que el sentimiento me inundara, no pude resistirme. Me dejé llevar, me dejé acariciar por tus besos y esa reverberación agitada que emanó de tus labios mientras me besabas. Me dejé encantar por nuestros espasmos amorosos, por esas breves caricaturas que nos envolvieron acerca del romance. Me entregué al destino, a esa extraña fuerza que nos juntó una noche incómoda, en la que necesitaba huir de mi centro. Me dejé caer en tus brazos, en tu pecho dormido, una noche en que no pretendí nada más que sentirme menos sola a tu lado. Apoyada en tus hombros, arrollada en el ir y venir de tu respiración y tu sueño, me imaginé permaneciendo a tu lado, todos los atardeceres que fueran necesarios. Dispuesta a encontrarnos, a saludarte con una amplia y genuina sonrisa, a compartir tantos nuevos momentos, a dejarme seducir por tu coquetería y tu seriedad intermitente. A tus manos adornando mi pelo. A tu cuerpo entrelazado al mío y tu desnudez expuesta a una nueva oportunidad de desearnos sin pudor. Al incontenible reflejo que me llevó a morderte los labios, a tomarnos de la cintura y apretarnos con acalorada pasión. Al racimo de alegría que me daba saber que estarías esperándome en alguna esquina y la amalgama de imágenes y sensaciones revueltas que la antecedían. Esos besos apretados, largos, que encajaban perfectamente; tan acompasados y llenos. La calidez de tu lado infantil, tu cuerpo en solitario imaginando nada, las veces que te ensimismabas, el saberte a mi lado de copiloto o la seguridad que me daba saber que ibas dirigiendo la situación. Tantas cosas en tan poco tiempo, tanto cariño y tanta pasión a raudales, tantas buenas vivencias, tanto, tanto...

el rechazo

el rechazo duele porque me conecta con mi origen. Porque me obliga a encerrarme en mí misma a obviar y evitar enfrentarme a mi propio dolor. Porque me aísla del resto, porque me cierra todas las potencialidades. Porque me condena al miedo de perpetuar la sensación de vacío y soledad. Porque me hace sostenerme en mis inexistentes certezas, pretendiendo que la independencia y el caminar en solitario es la condición basal de mi ser. Porque me oprime y me aterra. Porque me nubla y me hace llorar como si no hubiera nada más. Porque me embalsama y me empuja a desterrarme en la superficie de los besos y contactos tan fugaces de una noche. Porque me desintegra y me divide en muchas más. Porque me cega y me ahoga. Porque me marea y me hace olvidar quién soy. Porque me bombardea de inseguridades y nuevas interrogantes sobre mi propio (mal) actuar. Porque me anuda la garganta y me enloquece, de manera circular, con mis cuestionamientos insensibles y recurrentes. Porque me roba la esperanza, me margina y expulsa de mi propio lugar. Porque me tienta a vivir desde el sinsentido y la crítica. Porque me amarga las experiencias, me tiñe de gris y me nubla los días y las horas. Porque me insta a vivir en una cuenta regresiva. El rechazo duele, porque no me deja vestirme de fiesta en primavera.

(...)

ahora, aquí, se siente como una nube espesa. Incómoda y solo aferrada a mis circunstancias, no quiero compartir todo lo que pugna por salir de mi garganta, porque no sé cómo ordenarlo. Pero me cansé, me cansé de querer encontrarle sentido a todo lo que ha pasado, a todo lo que estalla, a las constantes y nuevas contingencias, a mi ser envenenado, a mi vida revuelta, a mis pulsiones incontenibles, a mis infinitas ganas de huir.  A mis brazos cansados, que solo pueden abrazarse a mi pecho. A mis piernas desterradas al descanso, a mis gestos atiborrados de lugares comunes para fingir que en realidad, la superficie es tan calma. A mis sonrisas cotidianas, ya aburridas de evidenciar una alegría superflua, de risotadas flojas y chistes conocidos, los mismos temas, la misma rutina, los mismos patrones, tan pretendidos y neutros; una y otra vez. Aprender a vivir y convivir con mis formas, tan particulares y esquivas, me ha planteado la posibilidad de quedarme suspendida en mis ensoñaciones, en miradas circulares que me estabilizan, le dan solidez a mi discurso, a mis vivencias, a la energía cotidiana. Me olvidé del resto, me sumergí en mi mundo, me encerré voluntariamente en ese hogar impenetrable, perdido y lejano de todos. Me gusta que nadie pueda ni sepa encontrarme, si bien adentro soy yo, y me reconforta saber que si llego ahí me acurruco en un lugar dulce y cómodo, allá afuera, los visitantes me definen en descripciones amorfas y disimiles, incluso contradictorias, porque me cuesta y asusta decir quién soy realmente. Soy una, pero tantas a la vez, soy una densidad arrebolada. soy, a ratos, una niña asustada de ser rechazada otra vez, luego, una mujer sensata y en paz, sabia y dispuesta a disfrutar el porvenir. Entre ambos polos transito, a cuestas de leves pasos angustiosos e intentos fallidos de lograr una definición unívoca y coherente. Como sea, espero que esta necesidad y exigencia de verme y enfrentarme encauzada en una dirección, no se transforme en el núcleo de mi identidad. Esto cansa, aburre, agota, deprime y angustia. Te deja varada e indefensa ante tu propio escrutinio, el cual actúa como un tercero implacable, crítico y frío. Solo busco que mi refugio pueda ser descubierto por alguien dispuesto a sumergirse conmigo, por alguien que me quiera y atesore, por alguien, quizás tan atormentado como yo, pero a quien no le asuste vivir en la condensación irrefrenable de la impermanencia y el amor.

viernes, 6 de noviembre de 2015

aunque no estés conmigo, nunca estarás sola

lo siento, pero no puedo ni quiero tenerte. Eres pequeña, tan chiquitita, pero no puedo irme contigo -ni tu venirte conmigo- y emprender una vida juntas. Sé que vendrán nuevas personas a buscarte, ellos quieren y anhelan desde siempre compartirte. Yo, estoy mal, pésimo, ya no soporto permanecer en los contornos de mi cuerpo, me veo en un reflejo oscuro y solitario. Sé que te llevo dentro, pero eres tan ajena, sé que estás y te siento, pero no quiero involucrarme; primero tengo que arreglar mis asuntos personales, el trato con mi propia humanidad. No sé si te quiero (racionalmente), sé que debería, pero trato de encerrarme en mí y dejar que crezcas, allá, sola. Que te vayas moldeando a lo que vendrá. No puedo garantizarte un buen futuro, no puedo asegurarte que encontrarás lo que buscas ni poder darte la seguridad de que vendrán a darte cobijo. Pero aunque estés sola, enredada en tu propia maraña y buscando explicaciones a tu existencia, sé que estarás mejor que a mi lado. En parte, me hago cargo de dejarte en libertad, de que te conviertas en una niña de todos, del destino, de la vida, de su propia trayectoria. Estoy tan encerrada en mis propios miedos, en mis recriminaciones, en los autocuestionamientos a mis propias decisiones, que no tengo ánimo ni ganas de dedicarte cariño ni palabras. Solo cumplo con darte refugio temporal, con darte un poco de abrigo y no dejar que tu vulnerabilidad se dañe más. Temo que si nos conectamos, luego todo se arruine y no nos dejemos ir. Pero no puedo hacerme cargo, no puedo, es algo inevitable, está dicho y será así. Aunque crezcas y te hagas visible, no te reconozco como propia. Lo nuestro fue un cruce circunstancial, ni yo entiendo el porqué. Pero serás feliz igual. Lo sé, lo presiento, son mis propios deseos. Aunque la naturaleza diga que te llevas de mí la apariencia, en la esencia no puedo reconocerte. Serás grande, serás hermosa, serás plena, serás amada. No importa que no te abrace ni amamante, serás cada vez más fuerte, más poderosa e influyente. Serás quien tengas que ser; serás, aunque no estés ni seas a mi lado.