domingo, 16 de agosto de 2015

aunque no estés

te siento desdibujándote, allá, lejos. Te desvaneces y comienzas a ser etéreo, ya no puedo abordarte y pretender aferrarme a la solidez de tu voz ni tus manos. Tu recuerdo se desarma, se hace frío y se condensa; ya volviste a ser de todos. Te siento lejano, ajeno e indiferente, estúpidamente lógico e irónico; traicionando su propio interés. Te siento contraproducente, confuso, sé que has lanzado al azar y al olvido el destello de la unión invisible y temerosa que nos unió -ilusoriamente-. La calidez de tu voz se ha esfumado, la timidez de tu pronunciación es un tibio recuerdo de lo mucho que anhelé oírte (junto con la taquicardia previa que sentía al llamarte). Te extraño pero a la vez agradezco y acepto que hiciste volver a latir mi corazón, lo volviste a encajar, le diste vida, le diste la esperanza de creer en el devenir, en la compañía de un alguien significativo que me alegre los días con detalles cómplices de a dos. Te quiero y te llevo conmigo, pese a tu doble ausencia y tu muda despedida, no he dejado de pensarte y soñarte conmigo -antes de dormir, al levantarme, visualizándote de copiloto y llenándome los días con recuerdos inexactos y quizás algo adornados-. Como sea, imaginándote, estás y vuelves; y eso me basta para sonreír.

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