Estoy sentada,
callada en tus piernas, pensando que todo puede ser o no.
Te veo, casi
distante, alejado, tengo ganas de amarte infinitamente, eterno y fugaz, daría
en el aquí, y en tus manos lo que nunca tendré por verte feliz, cargado de
plenitud, distendido de tus temores, de tus cargas emocionales, de tus deseos
más profundos concretado.
El destino se jacta
de darme cosas difíciles de pasar, segundos inconstantes, peleas eternas,
luchas y pugnas para hacerme feliz. Pero esta vez, quiero atreverme, tengo
estas ganas inmensas de darte lo mejor de mi. De aprender juntos las lecciones
que nos separan, las brechas distintivas de tu ser y mi mundo.
Me tienes, acá, un
poco lejos, dispuesta y sobrecogida, con miedo, con proyecciones, con todas las
buenas intenciones. Escribo para dejar de pensar en ti un momento, pero qué más
puedo hacer si me has dado lo mejor que yo pueda pedir, y simplemente no he
abierto mi boca para solicitar nada.
Qué cosa extraña y melódica conocerte de
repente, una noche tranquila y mundana, un sábado cualquiera, no había pretensión,
no escondí nada. Deje llevarme. Pude esa vez solo sentir, ser simple, ser
pequeña, ser yo.
No puedo definir estas sensaciones, no puedo ser totalitaria y
urgente, solo tengo unos resaltos, unas ráfagas de amor, de cariño, de afecto,
de ganas de dilucidarte entero y ver qué pasa.
No quiero
adelantarme a nada, pero las adversidades son un común denominador en mí, y ya
sabes algunas de las cosas que me duelen, como yo sé algunas de tus historias.
No perderíamos nada en intentarlo, si es que la montaña se nos viene encima,
sabríamos como detener lo que no nos gusta y tal vez vernos como buenos amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario